lunes, 14 de septiembre de 2009

Lestat


Louis era atractivo y no tenía duda de que su mordida era encantadora. Pero Lestat tenía ese sadismo corriendo por sus venas, un sadismo que me hacía querer arrodillarme ante él para que clavara sus colmillos lentamente en mi cuello, absorbiendo la sangre que corría por él. Anhelaba el momento en que mataría mi cuerpo y mis sentidos. Un aire helado , un aire que emanaba sensualidad recorrió mi cuello y llegó hasta la punta de mis pies. Acaricié con mis dedos su piel blanca como el hueso y fría como témpano de hielo. Su rostro parecía moldeado en mármol por los mismos ángeles; pero parecía exánime como el de una estatua. Esos brillantes ojos verdes que me miraban intensamente le daban vida a aquél rostro angelical. Miré hacia su abundamente cabello rubio, dirigiendo mis dedos hacia éste y luego mi mirada hacia sus labios carnosos y cubiertos de sangre.

-Estás lista? -desliszó su mano helada sobre mi pecho y luego acarició lenta y suavemente mi cuello; sin despegar la mirada de él.

-Sí- Respondí con firmeza, sin apartar mi mirada de sus ardientes ojos.

Lentamente, me acercó su pecho y en ése instante, pude contemplarlo aún mejor. El magnifíco esplendor de sus ojos, la máscara blanca y sobrenatural de su piel... el ser más hermoso que mis ojos de mortal jamás hubiesen contemplado. Me apretó los labios suavemente con sus dedos y acercó su boca a mi cuello, recorriéndolo suavemente. Cerré los ojos, esperando el momento...

Sólo sentí el inmenso dolor penetrando en mi cuerpo, sus colmillos atravesando mi piel y la sangre que chorreaba por mi cuello. Podía oír el flujo de mi propia sangre en sus venas. Comenzó a retirar los dientes con celeridad, los dos agujeros que dejó en mi cuello parecían un abismo de infinita oscuridad. Abrí los ojos y lo miré, con la boca cubierta de sangre color rojo intenso y recorrí sus labios con mis dedos. Las velas de los candelabros ardían y oscilaban con la brisa que se colaba por la ventana levemente abierta. Los vidriales se iluminaron con los ténues rayos de la luz de la luna y al mirarlos, sentí mi alma arder. Me olvidé del dolor cuando volví mi mirada hacia él; me envió una corriente sensual por todo mi cuerpo, que no fué muy diferente al placer de la pasión. Estaba a punto de entrar a mi nueva vida, y de concluír mi vida de mortal.

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