Hoy me he levantado sin ganas de llorar, ya hay alguien ahí arriba que lo hace en mi lugar; tanto que hasta el pozo del patio de la casa se ha rebosado, tanto que el agua emergida de sus lágrimas, que no de las mías, ha empezado a mojarme los tobillos.
Y el techo está a punto de venirse abajo sobre mi cabeza, las vigas que apuntalan estas columnas malavenidas no aguantarán mucho más el ritmo de la lluvia, incluso las goteras se han impuesto a las maderas que se pudren en los tejados. Al menos a través de la ventana puedo ver cómo se acaba todo, cómo el cielo sepulta su horizonte bajo un montón de sal y todo ennegrece tras de sí.
Una gaviota acaba de desaparecer, o acaso es que no alcanzo a verla, lo mismo da. Tal vez ésa sea la señal. Tenía la boca manchada de sangre la última vez que sentí el silencio taladrándome el pensamiento...
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